En una mesa

En una mesa, sentadas, están dos personas.
No tienen nombre, no tienen raza, no tienen cosas, son de la mesa y son la mesa.
El objeto las une y las separa, la posición nos dice el estado en que se encuentran.

En la escena aparece, sin saber de donde, una luz que las muestra, y que no pertenece a nada, y esos ojos que siguen la luz, no son, sino en su cabeza y por tanto, las dos personas y la mesa lo son todo, la luz no es nada, hay dos mundos en la escena, sigamos sumando.

La interpretación de la escena es nuestra, en ella nosotros no somos nada, hay dos mundos, imposibles de explorar, imposibles de explicar, imposibles de vivir.

La mesa tiene una muesca en la derecha, y en la izquierda, cojea de una pata y de todas, es metálica y es de madera, alta, baja, pesada, ligera, abierta y cerrada, es una y son muchas, pero mundos en nuestra escena hay dos, y cuando se mezclan no son reales, asustan, terroríficos, capaces de cambiar de forma, ser y no ser.

Muchos son dos cosas, miedo y sosiego.

Unas reglas hacen de muchos un mundo que no lo es, sujeto por espejismos escandalosamente fugaces y falsos, a los que sentados a comer están dos personas.

Hay dos personas comiéndose en una mesa, revolviéndose en sus tripas, que crecen en la garganta y trepan por detrás de las orejas, llenando huecos, inflando tejidos y venas, rompiendo a su paso cosas reales, convenciendo frentes, cuerpos, ojos y cabellos, tirándolos al suelo.

Hay dos personas devorándose sentadas en una mesa, comen y crecen hinchadas, seguras y dispuestas.

Hay dos personas muriendo saciadas en una mesa.

Hay una mesa, una luz, yo observo la escena y más atrás hay personas, comen de mi, están inflándose, y yo me revuelvo en sus tripas.

Hay una mesa que son muchas y que es todas.

Joaquín